He podido ver a ese desdichado barco pesquero bermeano tumbarse de costado de manera inexorable. No ha sido la fatalidad, no ha sido la estacha que se ha roto, ni el oleaje, ni... aunque se podrá escuchar, ver o leer cualquiera de las versiones en la prensa del día 6 de noviembre.
Ha sido la impaciencia, la descoordinación, la mala maniobra de un remolcador que sólo ha pensado en tirar, tirar y tirar cuando desde tierra estábamos cámaras, fotógrafos y periodistas (unos pocos) viendo que el barco no flotaba.
"Si siguen tirando lo van a tumbar", dijo alguien apenas unos segundos antes de que el peso del puente le venciera ayudado por la fuerza del cabo de remolque. Ni siquiera entonces el tiro cesó y eso hizo estallar el amarre en la proa del barco. Eran las 14:00 horas y la pleamar estaba prevista a las 15:40.
Casi una hora antes una llamada de teléfono llegó al acantilado. "Dicen que Interior pone una embarcación para los
gráficos, sale en diez minutos del puerto de Zumaia", comunicó una compañera de una radio pública.
Nadie se interesó por esta noticia en aquella atalaya perfecta para ver la acción de reflotamiento; aún peor, hubo comentarios jocosos y poco corteses con los políticos.
Mientras la marea subía incansable pero pausadamente se vio llegar entre espuma de velocidad marinera una embarcación blanca. "Allí vienen, a ver quienes están..." expresó un fotógrafo mientras enfocaba su teleobjetivo. Más comentarios y más risas, ninguna envidia por no estar en aquella embarcación de la ertzaintza (policía vasca). Enseguida se detuvo ante el remolcador, preparando el plano adecuado: primer plano (político-consejero), segundo plano (remolcador), tercer plano (barco encallado) y fondo (acantilado). Apenas un minuto de plano -no pudimos escuchar las declaraciones- y la embarcación de los
gráficos dio media vuelta arrumbando a puerto.
Los pobres engañados apenas debieron tener un instante para lanzar cuatro disparos al sujeto de la noticia que cambiaba todos los pronósticos poco después cuando fracasaba el intento de llevar el barco a flote.
El olor a gasoil se hizo muy notable enseguida mientras el oleaje comenzaba a llevar sobre las rocas la tablazón azul de cubierta, bombonas de butano, las lamparas de los viveros... flotando como un cadáver fantasma se pudo ver un impermeable de pescador, una bota, también la singular puerta barnizada del puente. Un piloto rojo seguía lanzando destellos intermitentes como si se negara a renunciar a su trabajo.
Las corresponsales de radio desesperaban: "prensa de salvamento marítimo no sabe si el barco ha volcado; dicen que no tiene por qué haberse vertido el gasoil del depósito...".
Aún hubo más despropósitos mientras la marea, alcanzado su punto más alto, seguía arrancando a golpes de ola piezas al barco.
Pero lo peor -a falta todavía de leer la prensa- es oir a continuación las condescendientes informaciones de radio dando versiones oficiales tan lejanas a la realidad como diplomáticas con los acontecimientos. Y esto a pesar de haber estado viendo la acción en directo.
En el acantilado éramos mientras se intentaba reflotar el
Motxo dos cámaras de TV, dos periodistas radiofónicos y cuatro fotógrafos.
Cuando el fracaso se supo llegaron más.
¿Donde está el rigor en la información?